MIRA Y CUÉNTALO BIEN, ERES PERIODISTA. Memorias de un corresponsal afortunado

MIRA Y CUÉNTALO BIEN, ERES PERIODISTA. Memorias de un corresponsal afortunado TORRES MURILLO, JOSÉ LUIS

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Resumen

Se cierran periódicos y cientos de periodistas van al paro. Y, sin embargo, hay que aceptar una realidad histórica: desde las actas que colocaban los césares romanos para dar informes de la vida del Imperio hasta los teléfonos inteligentes de hoy, se han colgado noticias, periódicamente, dando cuenta de lo que sucede en los lugares más remotos. Cambian los periódicos, las emisoras, los documentales filmados…, pero siempre seguirán existiendo los periodistas, los informadores, que con más o menos acierto cuentan lo que ocurre y, a veces, el porqué o el para qué ocurre lo que ocurre. En este libro un periodista profesional relata sus métodos y sus experiencias, y se confiesa afortunado. Ha cumplido con esa función universal: doce años en el País Vasco, doce años en Italia-Vaticano, más de doce años en Madrid siguiendo la Constitución y viajando por la Europa de las autonomías y de la Iglesia inquieta. Desde que siendo todavía un estudiante de Periodismo en Madrid publicó —sorteando la censura de entonces— una serie de reportajes que forzaron el cambio de todo el sistema de bibliotecas en España [¿cómo lo consiguió?] hasta el 23-F, en que le tocó ser el primero en tirarse al suelo a la entrada del palacio del Parlamento de Madrid. Desde vivir la realidad del País Vasco y, a pesar de no conocer el euskera, comprender que los vascos tienen una lengua que no puede ser rechazada por los hispano-hablantes, y hasta demostrar, a su vez, que los vascos no pueden rechazar el castellano porque «también es nuestro» (de los vascos), como confesó Michelena. Desde tomar un cafecito en casa del profesor Ratzinger, en su domicilio de Tubingia, durante una serie de viajes sobre la Iglesia inquieta, hasta recibir la confidencia directa del papa Pablo VI, durante su viaje en el avión que les llevaba a Bogotá, cuando cogiendo al corresponsal por los hombros se dirigía a los españoles diciéndoles: «España, España… Vosotros, españoles… Es necesario tener gran energía espiritual, gran valor, y… unidad». [¿Por qué? ¿Para qué? ¿Pablo VI era antiespañol?]. Desde dar cuenta día a día con respeto, pero libremente, de informaciones sobre el Vaticano, hasta sentirse obligado a hacer una delicadísima pregunta a la Madre Teresa de Calcuta en su presentación a los vaticanistas, en una sala de prensa abarrotada y en terrible silencio: «Usted, que viene desde las chabolas de Bangladés: ¿qué ha sentido al caminar por los salones de los palacios pontificios?». Desde el seguimiento, día a día, de diez Giros ciclistas por toda Italia (sin ni siquiera saber andar en bicicleta), hasta ser testigo de una escena sorprendente: el arzobispo de Westminster lanzando al aire su sombrero tras los hip, hip, hip, hurra rituales de los seminaristas católicos que aclamaban al arzobispo anglicano después de haber visitado al Papa. [¿Y qué pasó después?]. Desde ir de un lado a otro por Europa para analizar los Estados complejos —regiones, naciones, autonomías de Alemania, Suiza, Bélgica, Italia, Irlanda y Yugoslavia— hasta tener que pasar revista, solemnemente, en el patio central del cuartel general de la Ertzaintza de Baviera a sus policías de a pie, en bicicleta, en uniformes de montaña, en tanquetas, en ambulancias o en helicóptero (sobre la Selva Negra hasta la frontera); y en Irlanda, estar contra la pared y con las metralletas del Ejército inglés en los riñones. Y tantos porqués y tantos para qué sobre pequeñas o grandes cosas.