Las librerías, las editoriales, los autores y sus lectores, la piratería y la censura, la autopublicación y los nuevos intermediarios, ellos y ellas… van delineando poco a poco un mapa que, finalmente, configura los territorios abiertos del libro –así, en minúsculas. Y en estos territorios se producen incertidumbres y perplejidades, razonamientos de los que surgen contradicciones, certezas que se hacen añicos, verdades presuntamente insoportables que –nos dicen– llevan a un punto muerto, dichos y hechos que parecen contrarios a la lógica, y algún que otro duermevela que no debería ser más que la necesidad de poner atención en lo que se hace y lo que se dice.