Sócrates y Heidegger: dos maneras contrarias de entender y practicar la filosofía, aunque ambas radicales y equivalentes a la hora de exigir desprenderse de los prejuicios y encarar la verdad. Sócrates, el ateniense que instaba a interrogarse a sí mismo sobre cómo hay que vivir y sobre la naturaleza de la justicia, denunció la podredumbre de la vida pública y reveló las paradojas de la democracia de su tiempo; para él, la filosofía es ante todo una invitación a la duda permanente de las propias convicciones, al antidogmatismo y al coraje individual ante los fanatismos y presiones sociales. En el otro extremo, Heidegger hace de la angustia ante la muerte la clave de una existencia auténtica; denuncia el predominio deshumanizador de la técnica y nos obliga a repensar la relación entre la filosofía y el mal. En este ensayo, heterodoxo y polémico como todos los suyos, Glucksmann hace algo más que poner frente a frente la ironía de Sócrates y el nihilismo de Heidegger. Para este autor, la filosofía exige pensar a fondo la finitud humana y las constantes tensiones entre el individuo y la comunidad, en las que nos jugamos gran parte de nuestro destino.