Tradicionalmente la técnica fue concebida como un apéndice del hombre que veía a subsanar sus falencias congénitas o a aminorar sus imposibilidades naturales: a diferencia de todo el reino animal los hombres debemos inventar un mundo artificial para poder vivir. La técnica y la lengua son los dispositivos que permiten tal construcción. Para un pensamiento centrado en la grandeza del hombre, en la exaltación de sus cualidades incomparables (la solidaridad, la generosidad, la valentía, la duda existencial, la comprensión y la interpretación de lo vivido, etc.), no es descabellado pensar a la técnica como un instrumento a su servicio, que de un modo racional y ético éste gobierna para su propio beneficio y engrandecimiento. Ahora bien, la hora de este tipo de pensamiento y de esa manera de concebir a la técnica parece llegar a su fin. La obra de Lewis Mumford encarna el esfuerzo agónico por retardarlo.