En la antigua Islandia, al hombre que había entrado en un grave conflicto con la sociedad (de ordinario a causa de un homicidio) le quedaba un recurso: la emboscadura. Aquel hombre se retiraba al bosque, se convertía en un emboscado. Allí vivía de sus propias fuerzas, apoyado en sí mismo. Se convertía en su propio sacerdote, su propio médico, su propio juez. A veces lo acompañaba su esposa. El «bosque» es aquí un lugar espiritual, metapolítico. Hay bosque en los desiertos y hay bosque en las ciudades; lo hay en la soledad y en la colectividad. El Emboscado es, según Jünger, la tercera figura de este siglo, junto al Soldado Desconocido y el Trabajador. Y también es la persona singular, soberana, que se enfrenta a toda forma de opresión.