Existen libros que se leen solo por el placer de hacerlo. No buscas entretenerte, ni ampliar tus conocimientos, ni sufrir y/o gozar grandes emociones. Solo quieres que las palabras fluyan armoniosas y vivir, lo que podríamos llamar, una experiencia puramente estética. “Formas breves”, del enorme autor Ricardo Piglia es uno de ellos. Yo descubrí a Piglia durante un viaje a Argentina. Fue en 1998, donde leí “Plata quemada”, una crónica que relata la historia de una banda asaltabancos que atracó un banco en la Provincia de San Fernando, donde curiosamente estaba estacionado, acompañando a mi hija mayor en un torneo juvenil de tenis que se desarrollaba en esa localidad cercana a Buenos Aires Capital. “Plata quemada” me impactó fuertemente; basado en legajos judiciales, grabaciones policíacas, testimonios y crónicas periodísticas, Piglia armó una historia inolvidable, llena de traiciones, heroísmo, y personajes carismáticos, como el Gaucho Lorda y el Cuervo Mereles. Desde entonces, Piglia se convirtió en uno de mis preferidos. Gracias a que Anagrama iniciaba su conquista definitiva de las librerías mexicanas, tuve la fortuna de hacerme de sus obras, que abarcan cuentos, novelas, novelas cortas, ensayos literarios, guiones cinematográficos e incluso, trabajos académicos. Para desgracia de nuestra literatura, Piglia falleció hace tres años dejando como parte de su invaluable legado, los tres volúmenes de autoficción “Los diarios de Emilio Renzi”, escritos en forma de diario, cuyo último tomo “un día en la vida”, publicado en el año de su muerte, cerró su fecunda producción literaria. Se me complica definir el género de “Formas breves”. En sus páginas encontramos diario, ensayo, ficción, relato, magisterio, autoficción. “Formas breves” es un ejemplo de libros que muestran lo tenue que es la línea que divide los géneros literarios. Publicado en el 2000, aún destila maestría, oficio, talento, curiosidad, conocimiento. Temas como la vanguardia y la modernidad en la literatura; la relación contradictoria entre la literatura y la política; la escritura y la división del trabajo; autores señeros, como Borges, Arlt, Kafka, Chéjov, Conrad, Gombrowicz, pero sobre todo Macedonio Fernández, son causa y motivo de las reflexiones que Ricardo nos revela en su obra. En los capítulos “Tesis sobre el cuento” y “Nuevas tesis sobre el cuento”, con los que cierra “Formas breves”, Piglia, en papel de mentor, nos expone sus consideraciones sobre las características que deben reunir los cuentos. Por ejemplo: un cuento siempre cuenta dos historias, que se cuentan de modo distinto, por lo que “el arte del cuentista consiste consiste en saber cifrar la historia 2 en los intersticios de la historia 1”. Y nos ofrece ejemplos para demostrarlo. En el epílogo, el autor nos apunta que los textos del libro “Pueden ser leídos como páginas perdidas en el diario de un escritor y también como los primeros ensayos y tentativas de una autobiografía futura”. Concluye, enigmático, mencionándonos que “La literatura permite pensar lo que existe pero también lo que se anuncia y todavía no es.” “Formas breves” es una lectura muy recomendable para los que amamos la literatura y a quienes a través de ella nos brindan lo mejor de si mismos, porque como el mismo Ricardo mencionaba: “El lector ideal es aquel producido por la propia obra.” Nada me gustaría más que contarme entre ellos.
hace 4 años