Es la última novela publicada por la autora y protagonizada por Jean-Baptiste Adamsberg. En esta ocasión, el comisario, de vacaciones en Islandia, es reclamado de vuelta a París por la Brigada Criminal que dirige para desentrañar un caso de atropello. Pero en seguida le llamará la atención otro tema que nadie ha denunciado, la muerte de varios ancianos por la picadura de una araña reclusa, y de manera extraoficial se enfrascará en una investigación que dividirá a la Brigada. Un caso en que las cosas se tuercen una y otra vez, y en el que se mezclan elementos muy diversos. Creo que es la única vez en la que he sospechado quién era el culpable mucho antes del desenlace, lo cuál ha tenido su gracia, será que al haber leído ya unos cuantos libros de Fred Vargas sé que como norma general nunca anda muy lejos.
Cada vez me gustan más las novelas de esta escritora francesa. Me encantan sus tramas nada corrientes y el peculiar comisario Adamsberg, con su intuición, sus divagaciones mentales y su estilo tan particular. Además en cada ocasión el reencuentro con los personajes secundarios que acompañan a Adamsberg es como una especie de entrañable reunión familiar: el teniente Veyrenc, el pragmático comandante Danglard, la teniente Retancourt, Froissy, Voisenet... Me gusta además cómo enlaza con temas históricos, fruto de su formación como arqueóloga e historiadora; y, al igual que hiciera en “La tercera virgen”, también aquí aparece Mathias, especialista en Prehistoria y uno de los protagonistas de la otra serie de novelas de la autora, “Los tres evangelistas”.
Una lectura que atrapa –he devorado sus 400 páginas en apenas un día–, bien escrita, original y muy amena. En mi opinión muy recomendable para los amantes del género policíaco y en especial para los seguidores de la autora.