Cuando Amy Stewart se topó con un artículo de 1914 que contaba cómo el coche del propietario de una fábrica había embestido la calesa en la que viajaban las hermanas Constance, Norma y Fleurette Kopp, y la manera en que la disputa por los daños causados había derivado en una escalada de amenazas y disparos, que terminaría con Constance convertida en ayudante del sheriff, este captó de inmediato su interés. La absoluta falta de información sobre sus protagonistas se convirtió en un incentivo más para que la autora, tras bucear en un intrincado universo de certificados de nacimiento, testamentos y escrituras, percibiera enseguida que las lagunas de esa fascinante historia pedían a gritos escribir una novela. Y así lo hizo.