Tortilla Flat es un asentamiento de casas de madera en las colinas de Monterrey (California), donde habitan una heterogénea mezcla de descendientes de indios, mexicanos, españoles y caucásicos. Entre ellos se encuentra Danny, un vagabundo, un pequeño pícaro acostumbrado a vivir al aire libre, al día, y que tiene en el vino y las mujeres su mayor pasión. Un día Danny hereda dos casas, y su suerte, con un techo bajo el cual reposar, cambia. En su nuevo hogar, Danny va progresivamente acogiendo a varios de sus amigos, gente desarraigada como él, simples y sencillos, de humildísima condición. Y al modo de una improbable y desvirtuada mesa redonda de caballeros, estos amigos y paisanos sobrellevan la vida entre vagabundeos, peleas y tragos compartidos de vino. Es Tortilla Flat una novela que despliega una simpatía vívida con esta gente humilde y pícara, de bondadoso fondo de espíritu aunque retorcidos —y rígidos— códigos morales, que no desdeñan el hurto o el engaño al mismo tiempo que se abren, de corazón, a la amistad y a los demás. Una novela picaresca, con muchos momentos cómicos, y un grato lirismo que deja una gran impresión en el lector. Los capítulos se suceden dinámicos, entre andanzas y andanzas de sus protagonistas, y las descripciones, aunque menudean, no aparecen tanto para cubrir el expediente de describir Tortilla Flat, como para envolver en una pátina casi melancólica el relato, acompañándonos al mismo tiempo que seguimos y sentimos con Danny y sus amigos. Una gran novela, en definitiva, que no debería dejarse pasar sin leer, sobre todo en la buena edición que ha hecho de ella Navona, con excelente traducción de José Luis Piquero, y un buen cuidado en el libro como objeto físico, diseñado con mimo. (Carlos Cruz, 8 de mayo de 2015)
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