Su ambición fue tan grande como la astucia e inteligencia con que influía en su marido, el emperador Justiniano, tanto en los asuntos políticos como religiosos. Inspiró la reforma de leyes que afectaban sobre todo a las mujeres, en cuanto al matrimonio, divorcio y adulterio; tenía el poder de ascender a sus amigos y hacer caer en desgracia a sus oponentes; pero también escondía secretos. Arrastraba un pasado como actriz y prostituta antes de ser amante, y luego esposa, del emperador. Además, a todos sorprendía la carrera brillante de un joven, hijo de un magistrado rural, al que la emperatriz apoyaba y colmaba de regalos.