La poesía de Emily Brontë no es fácil de entender. Es una poesía instintiva, salvaje y hermética cuya clave se halla en la comprensión del mundo de fantasía creado durante su adolescencia junto a su hermana pequeña, Anne. Un mundo plasmado en un cuadernillo doméstico titulado Crónicas de Gondal, del que solo se han recuperado fragmentos en prosa y algunos versos. Un mundo cargado de épica, donde las mujeres tenían el control político, social, económico y cultural. Un mundo lleno de soberanas, héroes y heroínas, batallas, asesinatos, espectros y muchos hechos sangrientos que canalizaban una serie de pasiones como la ira, el resentimiento, la ambición, la envidia, los celos… Con el tiempo, la poesía de Emily se iría cargando de misticismo, de reflexiones, de austeridad, de esperanza y aparentes contradicciones. Son versos llenos de reminiscencias de sus lecturas de Walter Scott, Anne Radcliff, Lord Byron, Keats, Shakespeare, Milton… La poesía representaba para Emily Brontë mucho más que un simple laboratorio donde experimentar combinaciones de imágenes, metáforas y giros lingüísticos que pondría en práctica en Cumbres Borrascosas. Muchos catalogan la poesía de Emily Brontë de gótica, espectral, post-romántica y es todo eso y mucho más. Para Emily, sus versos eran los recovecos de su mente y sus sentimientos, tal y como le espetó enfurecida a su hermana mayor, Charlotte, cuando la descubrió fisgando entre sus papeles. Pero Charlotte consiguió convencerla de que los publicara, de que formaran parte del volumen de poesías que estaba preparando junto a Anne y que saldría a la luz por primera vez bajo los seudónimos masculinos de Currem, Ellis y Acton Bell. Emily escribía siguiendo los impulsos de la naturaleza, afirmaba su hermana Charlotte, que definía sus versos como vigorosos y genuinos, condensados y lacónicos, con una música silvestre, melancólica, elevadora… Realmente, la poesía de Emily Brontë era trasngresora para la época, evocadora y tempestuosa y de una profundidad difícil de penetrar.
hace 5 años