En las semanas previas al estallido bélico, antes incluso de que en las calles del mundo resonara el grito No a la guerra, un grupo de mujeres españolas entre las que se encontraban artistas, escritoras, periodistas y actrices de diferente edad y condición, visitaron Iraq con la intención de contribuir a parar la guerra. Lo que las atormentaba era la certeza de que, en estos tiempos de alta tecnología, cuando los hombres siguen yendo al frente aunque los combates no se libran en los campos de batalla, las mujeres y los niños iban a conformar de nuevo el grueso de los daños colaterales, execrable eufemismo que apenas sirve para ocultar a los muertos civiles.