En sus muertes de fiesta Rosero nos vuelve a presentar personajes paradigmáticos, llenos de la fuerza de un Mateo, de la picardía y la extrañeza de los niños de su Incendiado, de la complejidad de una Juliana. Aquí, con la bella sonámbula, con la sinuosa Macaria, con el angustiado y adolescente Eduardo Ulchur, con la dueña de una rígida pensión de familia y el resto de sus desquiciados personajes, con la misma casa, en los años cincuenta, en una pequeña ciudad de provincia se configuran las densas y apasionadas páginas de una novela que de seguro ha de figurar entre las obras fundamentales de éste escritor.