“BALUARTE” es la traducción que buscó el afrancesado Azorín para la palabra boulevard, lo mismo que encontró para quartier latin, extremando escrupulosamente la etimología, lo de “cuartel latino”, y así con otras muchas expresiones francesas que él adaptó con su gracioso dandismo particular. La anfibología de baluarte produce un efecto especial, pues parece comprimir en uno conceptos diferentes. Por un lado el de paseo ancho y arbolado de una ciudad, y por otro el de una defensa en la muralla que la rodea. En la medida en que estos artículos, aparecidos en el Magazine de La Vanguardia, se publicaron los domingos, me gustaría pensar que conservan algo del bulevar al que la gente va a pasear unas horas esos días de fiesta, el mismo acaso donde otro francés, Baudelaire, se cruzó con aquella transeúnte desconocida a la que dedicó un bellísimo soneto. Claro que, por recordar a Montaigne, que escribió su obra repensando la tradición en la torre de su mansión, querría uno que estas páginas fuesen también un baluarte contra los lugares comunes. No obstante, parece haber algo paradójico en estos dos propósitos, algo mal avenido en ellos. Si el bulevar es una invitación a un ruar despreocupado, el baluarte nos mantiene alerta y advertidos. Todo lo que hay de celebración en uno, en el otro es dura brega. Lo que uno tiene de horizontal, el otro lo tiene de vertical. ¿Cómo se leerán estas páginas dentro de unos años, si se leen? El tiempo obra milagros, cuando no culmina los acabamientos. Por fantasear un poco quiero pensar que la gente andará por ellas como si se tratara de un viejo fortín en ruinas, con sus poternas y baluartes desde luego, perdidas ya todas sus virtudes ofensivas y defensivas. Quiero decir, que será ese castillo que solía haber en todas las ciudades viejas y nobles hasta donde iban a esparcirse las gentes pacíficas, dejándolo por la noche al embrujo de las lunas llenas y a los abrazos discretos de las parejas de enamorados. O sea, que serán al fin el bulevar que va a morir, a la salida de la ciudad, en los baluartes. Con suerte el tiempo irá desmontando los sillares de esa fortaleza y levantando los adoquines del bulevar. La hierba del camino y la hiedra trepando por sus muros y paredes, acabarán haciendo su trabajo. Puede incluso que los mendigos y vagabundos lo respeten. Al caer la tarde la hierba tierna que crece entre las piedras y la hiedra desalojarán una tenue fragancia, y la gente no tendrá ni siquiera necesidad de decir nada.Se ve que más que artículos le habría gustado a uno fabricar ensoñaciones, y que los artículos se le fuesen leyendo bajo los párpados, sin despertarle, pero tampoco sin dormirle. Aquí te dejo, en lo alto de un año ya pasado, como en lo cimero de una fortaleza abandonada; en los hechos remotos que aquí te encontrarás acaso halles ese bálsamo que la literatura sólo sabe fabricar fuera del tiempo y en lugares que tienen más de bulevares que de baluartes.