Lo primero que siento al leer este libro es familiaridad. Es un gustazo ver cómo Juan Gómez-Jurado le ha cogido el punto a esta historia, tanto a nivel narrativo y estético, preciso y mordaz, describiendo situaciones con la profundidad de una disección literaria colmada de socarronería, y siendo extremadamente visual en ciertas escenas —algo que se disfruta y se sufre a partes iguales—; como en la interacción entre sus personajes, afianzados ya muy a fondo, que parecen hablar por sí solos, ganándose al lector con su carisma irresistible —la sonrisa de Antonia y el coulant de Jon, memorable—.
Entrando al detalle en los personajes principales. Pese a su iconicidad y magnetismo, cuesta creerse a los dos protagonistas. Ya me ocurría esto en la entrega anterior. Es cierto que Jon, conforme avanza la historia de «Loba Negra», se gana a pulso todo el respeto que merece alguien en su posición, pero no por sus habilidades, sino por su actuación en diversas situaciones; y quizás no a la altura del tótem impuesto como compañera. Lo mismo me sucede con ella, Antonia, a la que el título de «la mujer más inteligente del planeta» siento que lastra sus decisiones hasta el punto de reducirla a una Wikipedia con patas —más que a una Sherlock Holmes o Gregori House—, para la que podría ser una gran detective, a secas, haciendo que muchas de sus resoluciones, en mi opinión, pierdan credibilidad ante sus «enormes capacidades» y el estar siempre supeditada a las circunstancias que la rodean —como en el caso de la primera huida de Lola que, desde la perspectiva del lector, parece bastante obvio el camino que puede haber tomado; ¿por qué no para Antonia?—. Por otro lado, la introducción de algunos personajes es soberbia, la de Aslan, la Loba Negra, incluso de Kot, que entran por la puerta grande con una fuerza arrolladora —que nadie los pillase a porta gayola—, creando una imagen a fuego en la retina mental del espectador.
Por su parte, el argumento se siente forzado en algunos tramos para conseguir abordar los cauces apropiados, que ayudan a mantener un ritmo coherente y expositivo. Esto se solventa más adelante, mediante una trama que se cierra sobre sí misma con inteligencia y solvencia, rematando cada despunte dejado por el camino.
La obra goza de una documentación exhaustiva, ensamblada con belleza y una verosimilitud para nada reñida con el interés que despierta, ajustándose a una narración que desborda poderío en los descriptivo y lo relacionado con sus detalles, resultando altamente satisfactoria para el que está al otro lado. Me encuentro ante un autor consciente de sus capacidades, derrochando ingenio a cada línea, disfrutando de su oficio.
Y creo que eso es todo lo que podemos pedirle a un escritor que se precie de serlo.
hace 3 años
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