Desarrollar una novela a partir de ingredientes tan reducidos demuestra la capacidad de figuración y, sobre todo, de detalle de este autor; para mi gusto, en ocasiones, detalle innecesario y algo repetitivo. El libro se podría dividir en dos mitades que, incluso, parecen seguir un estilo diferente. La primera semeja más un tratado etnográfico que otra cosa. En ella, se impone un lirismo que me resulta más bien un exceso, o empeño obsesivo, de metáfora. La segunda, que termina como una del Oeste, incorpora acción y se sirve, por fortuna, de una redacción menos pretenciosa. Deben reseñarse dos gazapos relevantes: el primero, bastante obvio, el conjunto de reflexiones absolutamente impropias, diría imposibles, en un niño de ocho años (que llega a decir en un momento dado "ese bastardo lisiado") por muy especial que fuese el chaval; el segundo, esa solución tramposilla para un suceso clave (cómo el cabrero agonizante consigue matar al ayudante del alguacil, dos párrafos que deberían haber sido revisados). Por último, citaría frases o fragmentos poco afortunados, reos quizás de esa hemorragia metafórica que impregna buena parte del texto: "le mordía el estómago la flor negra de la familia", "caminaba posando las plantas de los pies como si estuviera en un lagar de pétalos de rosa (pág. 25, ¡mi madre!)", "el niño como un pantógrafo", "la raíz de cada pelo vivía en una angustia microscópica", "en algún momento, dentro de su cabeza, hay una circunvolución que despierta y la alerta cobra una forma embrionaria", "lloró como un san Sebastián en su martirio de saetas", por no citar directamente el delirio de las páginas 45-46 que parece que sufre el autor antes que el personaje. En resumen: un borrador interesante que debería haber sido convenientemente matizado por la editorial antes de su publicación.
hace 7 años
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