Henry Miller pertenece a esa casta de escritores que se rebeló conscientemente contra la banalidad burguesa y defendió la libertad del artista, traducida en un vuelo sin trabas del espíritu. También fue un norteamericano tremendamente europeizado, que contempló con dosis de horror y asco la vacuidad del american way of life, donde no encontraba márgenes para ese desarrollo que su sensibilidad le pedía. En Inmóvil como el colibrí, una colección de ensayos escrito a lo largo de décadas, Henry Miller da rienda suelta a sus obsesiones, donde las anteriormente mentadas cobran un lugar preeminente, al tiempo que cohesionan y dan sentido a un corpus tan dilatado en el tiempo. En estos artículos se mezclan la admiración por aquellos americanos dotados de la voz crítica que admira, léase Thoreau, Whitman y Emerson, por los espíritus libres como George Dibbern, ciudadano del mundo desde su continuo peregrinar, por narradores como Sherwood Anderson o inconformistas como Kenneth Patchen con pequeños retazos autobiográficos y paseos por sus lecturas, aquellas que significaron un crecimiento personal —magnífica la revisión del Conde de Lautrèamont y su Maldoror— y conformaron su propio bagaje vital. En el meollo, la propia formación europeizada de Miller y ciertas dosis de orientalismo —no en vano estábamos en la época de auge del budismo y demás filosofías zen orientales— para una exposición abierta y clara de aquellos temas que le son queridos. La traducción de estos artículos la lleva a cabo Carlos Manzano, especialista en la obra de Miller, y resulta, por tanto, parada obligada —en la cual deleitarse— para aquellos aficionados a la obra del autor de Trópico de Capricornio. Carlos Cruz (13 de julio de 2015)
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