Después de recorrer todo Estados Unidos a principios de la década de 1940, un viaje que recogería en su libro Pesadilla de aire acondicionado, Henry Miller se instaló definitivamente en California en 1942. Tras varios traslados, en 1946 recaló en Big Sur, por aquel entonces poco más que unas cabañas medio ruinosas al borde de un acantilado, poblado por artistas, vagabundos y toda suerte de personajes estrafalarios que dotaban a la zona de un ambiente social muy particular que prefiguraba ya el movimiento beat y hippie. Los vastos horizontes, la soledad (frecuentemente interrumpida por visitas inesperadas a medida que su fama se iba extendiendo) y la vida con su familia y amigos resultarían una poderosa fuente de meditación e inspiración para él. En muchos aspectos, Big Sur es uno de los libros más filosóficos de Miller, un mosaico de episodios, retratos, informaciones y detalles de su vida cotidiana, unidos por el hilo conductor de la insaciable vitalidad, humor e interés por todos los aspectos de la vida que son característicos de este escritor. Así como el Bosco utilizaba en sus pinturas las naranjas para simbolizar las delicias del paraíso, Miller utiliza aquí el poder evocador de su prosa para poner de manifiesto que ha encontrado por fin su particular versión del paraíso.