Como ya lo hiciera en Si nadie habla de las cosas que importan, Jon McGregor —el autor más joven nominado para el Premio Booker— exhibe de nuevo su enorme talento para tejer un relato fascinante a partir de la observación minuciosa del acontecer cotidiano. El territorio de la memoria, la identidad y los vínculos de sangre son los elementos con los que McGregor pone al descubierto la carga irreversible de las decisiones que tomamos en la vida y la melancolía que nace de comparar lo que fue con lo que pudo haber sido. En los años cuarenta del siglo pasado, una joven de las deprimidas zonas rurales de Irlanda parte hacia Londres para hallar empleo como criada. Varias décadas más tarde, en la ciudad de Coventry, Eleanor y David Carter se esfuerzan por mantener a salvo su matrimonio. A David le gustaría que su mujer fuera aún la ilusionada joven escocesa que en su día lo deslumbró; que su trabajo como conservador en el museo de la ciudad estuviera a la altura de lo que le auguraban sus primeros años en la profesión, y que el nacimiento de su hija hubiera reavivado la relación con su esposa. Sin embargo, unas palabras pronunciadas por una anciana enferma amiga de la familia acaban por sumir a David en el más hondo desasosiego, convencido de que toda su vida ha sido construida en torno a una mentira. Para desentrañarla, David se embarca en la cuidadosa recolección de pequeños fragmentos de la historia familiar —cartas, fotografías y viejos artefactos—, convencido de que la reconstrucción de su pasado arrojará forzosamente luz sobre su dilema y sobre el presente.