No somos flores habla desde sus protagonistas, niñas, jóvenes, adultas y ancianas, con cercanía y honestidad. Nos cuenta cómo se enfrentan al mundo ajeno y al propio, a través de una variedad de recursos y estilos, desde el monólogo interior al realismo mágico, pasando por la distopía o la autoficción, para dejarnos al final un regusto amargo, provocarnos un suspiro de ternura y alivio, o bien una risa floja. A lo largo de estos doce relatos, ensartados en un hilo sin duda violeta, la autora reivindica con sus propias palabras “un lugar para nuestras historias y nuestro punto de vista; para que la literatura, sin tratar de adoctrinar ni instigar, pueda llevar a quien la lea a una reflexión crítica y a una comprensión más empática de algunas realidades no tan evidentes a simple vista”.