"En aquel momento de mi historia, estaba en mitad de una lucha por la supervivencia. Mi día a día, era contar los corderos, no decir mi nombre, protegerme, sobrevivir. Los sueños de porvenir aparecieron más tarde, desde que tuve una estructura afectiva, una familia de acogida, un armazón estable. Hace 64 años que no he podido decir nada, es la primera vez que lo hago." En las líneas conmovedoras de esta "confesión" muy personal, Boris Cyrulnik evoca su infancia, su arresto, su fuga y sobre todo la desobediencia hacia los hombres y las ideas. En búsqueda de su pasado, el autor confronta sus recuerdos con la realidad de los lugares, con las palabras de las personas que estuvieron junto a él en aquellos momentos. Dejando atrás las simples circunstancias de una vida particular, el autor nos adentra en la exploración de los recuerdos más recónditos. Frente al horror, el espíritu se protege, nos protege de la locura. Cuando no lo hace, se produce la caída.