Cuando en agosto de 1914 Europa enloqueció nadie aún parecía creer que el mundo se viese empujado a una catástrofe. La mayor parte de los ciudadanos de las naciones que iban entrando en la guerra, y que se reunía en calles y plazas mostrando su alegría y patriotismo, pensaba que el conflicto no se extendería mucho más allá de la Navidad y daba por hecho que la victoria llevaría por fin a terminar con todos los conflictos bélicos. Los hechos se encargaron de demostrar que estaban terriblemente equivocados. La guerra duró cuatro años con un grado de destrucción desconocido hasta entonces. Fueron años en los que, una tras otra, las naciones europeas se sumaron al bando que más les interesaba, salvo una pequeña minoría que supo o pudo permanecer neutral —como España—, en un conflicto que, debido a la existencia de colonias de los contendientes en los cuatro puntos cardinales, de inmediato extendió su horrible mancha de destrucción y muerte por toda la Tierra.