«¡Oh, mujeres! Venid y acercaos a escucharme. Que vuestra curiosidad, dirigida por una vez hacia asuntos útiles, contemple los dones que os habría concedido la naturaleza y que la sociedad os ha arrebatado. Venid a aprender cómo, nacidas compañeras de los hombres, os habéis convertido en sus esclavas; cómo, caídas en tal estado abyecto, habéis llegado a complaceros en él y lo habéis tomado como vuestro estado natural; cómo, en fin, degradadas cada vez más con una larga vida de esclavitud, habéis preferido los vicios más cómodos a las virtudes más costosas de un ser libre y respetable. Si este retrato trazado con fidelidad os deja frías, si podéis contemplarlo sin emoción, volved a vuestras ocupaciones fútiles. El mal ya no tiene remedio, los vicios se han convertido en costumbre. Pero si en el relato de vuestras desgracias y de vuestras pérdidas enrojecéis de vergüenza y de ira, si se escapan de vuestros ojos lágrimas de indignación, si ardéis con el noble deseo de reconquistar vuestra condición, de volver a la plenitud de vuestro ser, no dejéis que abusen más de vosotras con engañosas promesas, no esperéis en absoluto ayuda de los hombres autores de vuestros males: ellos no tienen ni la voluntad ni el poder de acabar con tales males, y ¿por qué querrían formar mujeres delante de las cuales se verían obligados a avergonzarse? Aprended que no se sale de la esclavitud si no es por una gran revolución. ¿Es posible tal revolución? Sólo vosotras lo podéis decir, puesto que depende de vuestra valentía.» Choderlos de Laclos.