Tras el asedio y caída de Troya, la civilización en Occidente se desmoronó, destruida por el avance incontenible de sangrientas invasiones, la guerra y el saqueo. Fue el cataclismo más terrible de la Historia. Tribus nómadas, naciones errantes y ejércitos sedientos de conquista se lanzaron contra sus enemigos, disputándose el dominio del mar y de la tierra firme. Lucharon sin piedad, hasta la aniquilación. Grecia y Creta fueron arrasadas. El imperio hitita quedó despedazado. Egipto, pese a que sus tropas consiguieron contener la invasión de los Pueblos del Mar, nunca recuperaría el esplendor de los grandes faraones. La escritura desapareció. La forja del bronce y otras tecnologías cayeron en el olvido. La Historia se detuvo y dio marcha atrás. Comenzó una larga y dramática Edad Oscura. En ese remoto tiempo, lleno de incertidumbre, surgieron extraordinarios relatos. Uno de ellos cuenta cómo cierta mañana, en apariencia tranquila, un misterioso náufrago, portador de armas de bronce, llega moribundo a una isla frente a las costas de Ítaca. En dicho lugar, un poeta ciego al que llaman Homero congrega en torno a él a un grupo de jóvenes que intentan explicarse el secreto del náufrago, salvar su vida y preservar el valioso legado de la antigüedad heroica. Entre ellos, Adhnes el escriba y la bella Zora, profesante en el templo de Hestia, mantendrán vivo su amor a pesar de todas las dificultades, la devastadora invasión de las hordas llegadas del mar y la dolorosa huida a la cual se ven abocados. En compañía de Homero y los demás componentes de la hermandad fugitiva, recorrerán las Sendas del Agua hasta las costas de Hesperia, el reino mítico de Tartessos, y comprenderán que el destino de los mortales siempre tiene una causa a la que es inútil oponerse: la ambición de los poderosos.