En la necesidad solidaria de los otros la fragilidad se hace costura comunitaria. La vulnerabilidad reconocida obliga al sujeto a frenar y a sostenerse en los de al lado, pero en la nueva cultura del trabajo inmaterial para muchos la vida transcurre aislados frente a las pantallas, agotados y ansiosos, sobremedicados, descansando solo para volver a trabajar, afrontando la existencia como una carrera marcada por los plazos y los números. La escritura de este libro, que es también una carta, está motivada por una voz anónima: la de una mujer formada, para muchos una privilegiada con acceso a trabajos temporales sin razones para sentir angustia, y que, tras leer El entusiasmo, el anterior ensayo de la autora, la interpeló diciéndole que había descrito una vida-trabajo tan parecida a la suya que hacía que esta, a la luz del libro, se le revelara conflictiva y menos vivible.