Onfray se pregunta por qué el idealismo ha triunfado sobre cualquier corriente materialista, por qué toda forma de goce es asociada al pecado -incluso desde una perspectiva laica- y a la culpa. Onfray revisa la historia entera de la filosofía y muestra que existe otra tradición en la que el hedonismo no representa el vicio sino la virtud. El gnosticismo licencioso, practicado por una rama de los seguidores de Plotino, opone al ascetismo platónico practicado por los cristianos una consideración del mundo material como sede y posibilidad del saber verdadero, no como una carga o una diabólica tentación. Más tardíamente, Simón el Mago, Heilwige de Bratislava o Lorenzo Valla (creador del cristianismo epicúreo) también se unirán a esta troupe de santos heréticos y contemplativos voluptuosos.