«El principio de una historia es sólo la continuación de otro principio.» Así piensa, antes de iniciar el recuento de sus bromas, la protagonista de «Aserrín, aserrán» uno de los seis inquietantes relatos que componen este libro. Cuando se haya cumplido su propia traición verá descender ante el espejo la imagen de su ángel de la guarda «con un pelaje oscuro y raso como el de una rata». La aparición súbita y antigua del mal, ese «ángel negro» que turba el inocente juego de recoger frases anónimas en los cafés o que encañona a los jóvenes que en la noche conversan confiados y alegres, proporciona a este conjunto de historias una sólida y espléndida unidad. A esa cohesión contribuye tanto la enigmática figura de Tadeus, que dos cuentos comparten, como los símbolos del agua: las truchas que evocan la vida del viejo poeta, tal vez la sombra de Montale, o el Capitán Nemo cuando visita la imaginación de un niño en el último relato. Un mismo gusto desasosegado pero exquisito, áspero pero elegante, recorre con sutileza cada una de estas pequeñas piezas maestras.