Vicente Aleixandre conoció en Madrid al joven Miguel Hernández y apostó firmemente por su poesía («Yo adivino en ti al escritor que escribe saturado de futuro. Tuyo es el porvenir»). Eso le llevó a cultivar una amistad fraternal y cómplice con el poeta oriolano, una amistad basada en la dignidad ética y literaria. Y aconsejó honrada y discretamente a Josefina Manresa cuando desapareció Miguel. Gracias a sus desvelos, el «poeta del pueblo» no desapareció en el largo túnel franquista y su obra fue creciendo y adquiriendo su justo valor.