En abril de 2003, Hala Jaber se encontraba en Bagdad cubriendo la guerra de Irak. En un sucio hospital de la ciudad encontró a una niña de tres años, gravemente quemada después de que un misil norteamericano hubiera alcanzado el coche en el que huía con sus padres y sus siete hermanos. La niña se llamaba Zahra, que en árabe significa “flor”. La madre había conseguido lanzarla por la ventana del vehículo en llamas junto a su hermana de tres meses. El bebé había salido milagrosamente indemne, pero no así Zahra. La visión de la pequeña, que se debatía entre la vida y la muerte en aquel hospital atestado de heridos y sin apenas medios, conmocionó a la periodista. Hala Jaber estaba acostumbrada a contemplar el espectáculo desolador de las víctimas civiles en las guerras. A lo largo de sus años como corresponsal, había visto y entrevistado a hombres, mujeres y niños mutilados, desesperados, agónicos… Y, sin embargo, la pequeña Zahra consiguió derribar en un instante las barreras que la periodista había levantado cuidadosamente para poder informar con distancia y objetividad.