Desi es un perdedor, un espíritu anarquista con alma de filósofo que vive en una modesta pensión de Lavapiés llamada El Tesoro. Por el amor de una mujer se introduce en un círculo de conspiradores que se han bautizado a sí mismos como los Insurrectos y en el que militan, entre otros personajes delirantes y pintorescos, un millonario que quiere acabar con el capitalismo y un cura que desea destruir la Iglesia desde dentro. Paródica y surrealista a veces, con un ácido sentido del humor, Hombre al agua es un asombroso y lúcido ejercicio de estilo en el que, a través del esperpento, Javier Reverte dibuja un fiel retrato de una ciudad y sus habitantes digno de las mejores páginas de Valle-Inclán. Si en Luces de bohemia los héroes de la tragedia griega acudían a mirarse en los espejos deformantes del callejón del Gato, el protagonista de esta tragicomedia picaresca observa su reflejo en los sucios charcos de la plaza de Lavapiés y se lanza de lleno a la vida, aunque suponga mojarse. «Y la vida humana, ¿qué era? En cierta forma, Desi ahora la veía como un esfuerzo por ir adaptándose a cuanto le superaba, por tratar de acomodarse a lo que desconocía. Y ello suponía una determinación que a veces se le antojaba sobrenatural. Pues, cuando ya había logrado con arduo empeño acostumbrarse a una nueva forma de existir, de pronto la vida se transformaba. Y mientras sus pensamientos y su ánimo regresaban añorantes a aquellos días de desenfadada y jovial rebeldía de la juventud, en la que todo parecía posible y alcanzable, cuando la existencia formaba parte de lo eterno, surgía la última pregunta: ¿le quedarían aún fuerzas para emprender la aventura que renacía envuelta en la incertidumbre?»