Publicado justo 75 años después de la muerte de Miguel Hernández (28 de marzo de 1942), este volumen tiene un más que evidente afán de homenaje. Así lo atestigua el cuidado material que se ha puesto en la edición, en tapa dura, en papel grueso, a todo color y con abundantes ilustraciones de autores gráficos más que reconocidos. El resultado es un libro que llama la atención desde un primer momento por lo preciosista de la edición. Son cuatro cuentecillos, precedidos de un prólogo y seguidos de fotografías de los originales y varios dibujos de Miguel Hernández, con los que el poeta palió la distancia física y emocional que le separaba de su segundo hijo desde la cárcel. En sí, son historias muy breves y sencillas, pero que se adaptan rápido al mundo infantil de la imaginación, las repeticiones y las aliteraciones, hechos, sobre todo, para ser leídos en voz alta. Sin embargo y pese a todo, es un libro más encaminado a los lectores «mayores»: conocido el contexto de su redacción, y conocidas la poética del autor, detrás del armazón de los cuentos sencillos se descubre el trágico mundo de dolor y esperanza de Miguel Hernández, que hace de la lectura de los cuentecillos algo tremendamente agridulce, casi punzante, como la inmensa mayoría de la obra última del poeta. No quita que algunos de esos lectores «mayores» quieran (y deban) restituir a Miguel Hernández con una lectura acompañada a sus propios retoños. En definitiva, los Cuentos para mi hijo Manolillo son una parte de la obra de Miguel Hernández pequeña, muy secundaria, pero muy reconocible y puesta en valor gracias al cuidado de Nórdica y de sus ilustradores. (Carlos Cruz, 28 de marzo de 2017)
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