«Sólo hay un modo seguro de huir del insomnio: no nacer», nos recuerda Darian Leader citando a Gay Luce y Julius Segal. Y habida cuenta de lo que leemos en este ameno ensayo del psicoanalista inglés –y de la evidente falta de sueño que tantos padecemos en nuestras propias carnes, constatando las tesis de estas páginas– parece que una acción en principio tan «natural» y «sencilla» como dormir nunca lo fue, y se revela como poco menos que una utopía en las hiperestresadas sociedades del capitalismo tardío. Con la llegada de la era industrial –que trajo la luz eléctrica, el cambio de horarios y de hábitos de sueño– y, más tarde, de la revolución tecnológica –y la aparición de los ordenadores y smartphones, con esa continua demanda de estar perpetuamente conectados–, nuestra relación con el sueño se ha ido volviendo más y más problemática, proyectando una creciente y paralizante ansiedad de fondo. La obsesión de descansar las sacrosantas ocho horas para rendir en el trabajo se convierte así, paradójicamente, en otro impedimento a la hora de dormir y también en el cebo perfecto para una boyante industria del sueño, que no hace sino pasar por alto las verdaderas y múltiples causas del insomnio.