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Las confesiones únicas de uno de los abogados más célebres de nuestro país. De Ana Obregón a la Duquesa de Alba, de Saddam Hussein a Toni King. El despacho de Javier Saavedra ha sido siempre un lugar de cruce de historias singulares: por él pululan mafiosos italianos, con sus trajes impecables y sus buenas maneras, y atracadores de barrio de chulería castiza; traficantes de drogas, millonarios de los que frecuentan la lista Forbes y altezas reales de algún país del Este; habituales del papel couché y acusados de asesinato por no hablar de alguien que nunca pudo pisar su oficina, pero a quien, como miembro de su equipo legal internacional, Saavedra hizo todo lo posible por salvar la vida: Saddam Husein. Algunos podrían decir que el suyo es un bufete ecléctico y «mediático» por lo conocido de buena parte de su clientela; el propio Saavedra lo resumiría más bien señalando que en él, simplemente, cumple un principio esencial democrático: el que garantiza que toda persona, desde la víctima de una calumnia al más detestable de los delincuentes, debe disponer de un abogado. Hijo y nieto de alcaldes, tras una activa incursión en la política, la vida llevó a Javier Saavedra por los caminos del derecho, con algunos casos penales de los que hicieron historia en España —Crimen del Rol, Costa Polvoranca— y, en el terreno del honor y la intimidad, dos clientes que en la época formaban la pareja más de moda de todo el país: el conde Alessandro Lecquio y Ana García Obregón…