Marcelín es de esos pequeños hallazgos que se atesoran por lo más material —lo bonito que es el libro— y por ese poso y regusto que deja, en y tras la lectura, tan entrañable. Es un pequeño cuentecillo, corto y sencillo, que no simple, donde el protagonismo se le cede con alegría a las ilustraciones de Sempé: una en cada página, a veces doble, y apenas con una o dos líneas de texto en cada una de ellas. Se lee, por tanto, en muy poco tiempo, dependiendo si más o menos solamente por el tiempo que queramos dedicar a regodearnos en cada ilustración. Pero esto no significa que la historia, por mucho que Sempé fuera conocido por sus dibujos, se quedé atrás en el conjunto. Esta historia, aunque breve y accesible, está deliciosamente hilvanada, tocando aquellos temas tan gratos para el niño como para el adulto que en un momento quiera recordar las fibras de la infancia: es la historia de una amistad que pervive en el tiempo, y es la historia de una amistad construida a partir de las diferencias que nos hacen especiales a todos, y que se basa en la plena aceptación de del amigo en tanto quién es. Valores, en fin, no decaídos por la habitual moralina, sino sonrientes, reconocibles, que nos reconcilian con la inocencia infantil. (Carlos Cruz, 9 de mayo de 2016)
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