La justicia del rey se ocupa de un episodio bastante estudiado en la historiografía taurina pero que para el gran público —quien siente la polémica en torno a su prohibición como algo muy reciente— es relativamente desconocido: las sucesivas prohibiciones y contraprohibiciones que llevaron a cabo, a fines del siglo XVII los papas Pío V, Gregorio XIII, Sixto V y Clemente VIII, contra el correr de los toros en el orbe cristiano. Una prohibición que a instancias de Felipe II, consciente del fervor popular, se logró revertir. Gonzalo Santoja se enfrenta a esta conflictiva pugna desde una perspectiva particular, la de la localidad del Burgo de Osma, donde se enfrentaron sus obispos —que querían hacer efectiva la prohibición de Pío V— al Concejo y las gentes populares de la región, que obtuvieron en Felipe II el mediador idóneo para el regreso de los festejos taurinos populares. El tema, ya de por sí atractivo, aconseja la lectura de un episodio tan singular y llamativo como este, que encuentra en la prosa florida y edulcorada de Santonja, junto a su brevedad, un deleite grato en sus páginas, a pesar de la aglomeración de fechas, nombres y referencias, como corresponde a un estudio que también quiere ser académicamente serio. Hay que advertir, de todos modos, el aroma a botica, puro y Varón Dandy que destilan sus páginas, producto de un apasionado confeso a los toros, y donde el rigor documental no se acompaña del todo en el interpretativo —esas alabanzas a Felipe II, que no tienen otra función mayor que la de encaminar al elogio de sus gestiones para devolver la licitud al espectáculo taurino...—, como se manifiesta en las fuentes empleadas; por ahí se bebe con fruición de García Añoveros, tan ligado a la beatería y la pasión de los tendidos que caracteriza a la Universidad San Pablo CEU, y se obvian otros investigadores como Adrian Shubert o Flores Arroyuelo, más serios y comedidos en sus interpretaciones cuando abordaron esta misma temática. Que no confunda de todas maneras este apunte: el libro es bueno, y su soporte documental es implecable. En otras palabras, es provechoso e iluminativo. Quien lo descartara solo por lo antitaurino, o por alejarse del sesgo ideológico, demostraría cierta pobreza de espíritu. (Carlos Cruz, 20 de abril de 2015)
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