Despojar a la obra de arte de su intención primera, pervertir su sentido, e iluminarnos una nueva escena donde la ironía, la inversión y el desbarajuste se hacen con toda la presencia; ese es el orden que instaura el Hematocrítico. Y lo mejor de esa transformación: el incontrolable ataque de risa que nos asalta. Pues El Hematocrítico de Arte es eso: un tremendo vehículo de carcajadas a través de un proceso tan genial como estúpido: cambiarle el nombre a las obras clásicas, y obligarnos a ver la obra sacra con una nueva mirada, deliciosamente idiota casi siempre. Son risas breves, momentáneas, hallazgos tan rápidos como efímeros, hijas del vehículo a través del cual se difundieron, internet. El que no conozca a El Hematocrítico, puede visitar su tumblr y allí encontrará las mismas imágenes pervertidas que encontrará en el libro. Les garantizo que este volumen, el segundo, es tan bueno como el primero. Y merece la pena tener el volumen impreso: un servidor ha podido leerlo en compañía, y las risas han sido espectaculares —por eso de que lo compartido siempre es mejor—; y después, ya solo, de nuevo un servidor ha podido deleitarse otra vez con las risas y con las propias pinturas, que para algo son de los grandes maestros. Aunque ahora sea más divertido ver lavadoras donde el maestro pretendió mostrar otras cosas. O ver a esos querubines, y murmurar para sí: «¡pillines!» (Carlos Cruz, 13 de marzo de 2015)
hace 9 años