En un momento de desencanto respecto a la educación «tradicional», y ante el cada vez más amplio abanico de ofertas innovadoras, demasiadas veces condicionadas por el marketing o las modas, tanto padres como educadores tienen suficientes motivos para sentirse perdidos. Desde siempre las aulas han sido el campo de batalla de los poderes políticos, y desde hace unas décadas también de algunos poderes económicos como una herramienta de control al servicio de sus cambiantes intereses. La ausencia de reflexión acerca de los fines de la educación ha dado vía libre a las ocurrencias de gurús educativos a los que se les permite jugar con una realidad tan trascendente como es la escuela.