Desconozco qué hace grande a un escritor, pero sé que las páginas de ¿Puedo hacer algo por usted? logran que el lector crezca como persona. No sé de grandezas literarias, sé de novelas necesarias, y esta lo es. José García perdió la memoria en una mañana de tantas, perdió la memoria y, sin pretenderlo, recuperó la esencia de auténticos desconocidos, de la gente de a pie y de sus gestos. Lo que antes le era indiferente empezó a ser necesario. Su vagar por Madrid es y no es un viaje iniciático. Representa, sobre todo, el fin de su yo diario, de la cotidianeidad absurda e insolidaria en la que vive absorto. Esas calles y esos lugares sin nombre, reconocibles para el lector gracias a pequeños y grandes detalles, contemplan los pasos desorientados de un reencontrado José. Ni sabe a dónde va ni sabe si alguien lo espera, sin embargo, ha redescubierto las caricias del sol en su cara, lo gratificantes que resultan las palabras amables cuando la soledad nubla el rostro y de los ojos caen gotas de alma y lágrimas de lluvia. En su reconocimiento del mundo, en su recuperación de los sentidos, en su reconquista de la vida ha sufrido otro extravío. José, convertido en perdulario, se ha dejado las ganas de hallarse. Ahora corre peligro, la calle no hace amigos. No quisiera que mi memoria se alejase de mí. En caso de fuga, debería acostumbrarme. En caso de huida, querría que mi desnortado reflejo en la ventanilla del autobús fuese visto por quien ocupa el asiento de al lado. Necesitaría, como José, una mano amiga, que la humanidad salga al encuentro. Ulises de secano, Ícaros derretidos en un banco del Retiro o Teseos que viajan en metro, seamos los que seamos, con ¿Puedo hacer algo usted? haremos algo por nosotros: perder el norte de nuestras lecturas habituales y preguntarnos hacia dónde dirigir nuestras vidas, encontrarnos como seres humanos en un relato que es tan cotidiano como extraordinario.(Jorge Juan Trujillo, 20 de noviembre de 2017).
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