La última obra salida de la pluma de Juan Marsé es breve, una nouvelle de en torno a noventa páginas que se devora en cuestión de una, dos o tres horas; un género que no le resulta ajeno al autor, pues ya tenía ejemplos tan relevantes como «Ronda del Guinardó» o «El fantasma del cine Roxy». Aquí el protagonista es Bruno, un joven de quince años en proceso de maduración. Su atención gira en torno a dos polos sobre los cuales gravita, dos polos desagradables y en parte ajenos: su padre, hippy ibicenco de modos y andares que le repugnan —pues le abandonó cuando pequeño—; y la señora Pauli, vieja vecina loca, con loro, rara, un incordio de constantes peticiones, pero que será la que finalmente espolee los sentidos de Bruno. Y cuando lo haga, hará lo mismo con los del lector, en un sutil ejercicio de memoria y de la pervivencia del pasado en el presente. La atmósfera de este agradable cuento es difusa, casi espectral, que nos retrae a la Barcelona de finales de los 80 vista con la percepción cambiante de lo juvenil. Una atmósfera que se relaciona bien con las magníficas ilustraciones de María Hergueta —unas diez, incluyendo la cubierta— y que gana con el formato escogido para la edición, amplio y generoso en sus tipos y márgenes. Es, desde luego, uno de esos libros que si se quieren regalar garantizan un acierto casi seguro. Pero el mejor regalo, como siempre, es darse a uno mismo la tarde de lectura gozosa que esta obrita puede ofrecer. (Carlos Cruz, 27 de febrero de 2015)
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