¿Existe alguna manera de trascendernos, de vencer nuestra condición de seres mortales, quizá a través de la pasión? Esa es la pregunta que guía e intriga al lector en Nada se acaba.
El matrimonio de Elisabeth y Nate hace aguas. Llevan casados más de una década y viven bajo el mismo techo, pero durante los últimos años han llevado vidas separadas. En su naufragio conyugal se embarcan en constantes aventuras sentimentales de las que suelen volver maltrechos, hasta que de repente algo cambia: el suicidio del último amante de Elisabeth y la relación entre Nate y Lesje, una paleontóloga que solo se siente cómoda entre fósiles de dinosaurios, van a crear un nuevo triángulo amoroso que rompe el peculiar equilibrio de la pareja.
A lo largo de estas páginas llenas de sabiduría desfilan adultos que al final del día no son más que niños en busca de protección. Su desconcierto y su rabia son en el fondo universales, pues duele comprender que no somos más que una mota de polvo en la historia del universo: por mucho que hagamos, nada se acaba y la vida sigue sin pedir permiso. Finalmente, entre tantas dudas, un destello de luz se abre paso: tal vez la entrega amorosa pueda llevarnos hacia el futuro y ser un antídoto contra la muerte y el olvido. Tal vez...