En plena fiebre por los ochomiles y las cimas del mundo, el viajero guipuzcoano Josu Iztueta enroló a un grupo de expedicionarios para recorrer durante nueve meses las depresiones geográficas más profundas de la Tierra. «Nunca he tomado una decisión tan rápida, tan clara, tan feliz», recuerda el autor de este libro, Ander Izagirre, veinte años después de participar en la expedición Pangea.Izagirre viajó con este grupo por el Valle de la Muerte, en América del Norte; el lago Eyre, en Australia; la Laguna del Carbón, en América del Sur; el mar Caspio, en Europa; el mar Muerto, en Asia; y el lago Assal, en África. Algunos son territorios enigmáticos, a veces hostiles, pero en todos ellos Izagirre encuentra voces y vidas: pastores, maestras, pescadores, mineros, refugiados, emigrantes, nómadas, militares, monjas, ministros, autoestopistas, mafiosos, camioneros. Porque esa es la gran ventaja de visitar los puntos más bajos y no las cumbres: en las depresiones vive gente. Y son las historias de la gente las que dan esa pequeña sacudida eléctrica que todo buen viaje necesita. Los sótanos del mundo posee la emoción y el asombro del niño que imagina viajes mientras recorre un atlas con el dedo, la tensión narrativa del contador de historias junto a la hoguera y la mirada empática del periodista que sabe que ningún paisaje está completo sin la historia de las personas que lo habitan.