Este libro trata de mi primera vuelta al mundo, de 1001 días de duración, visitando 46 países de los cinco continentes contando con escasos medios económicos, en la cual experimenté un sinfín de vicisitudes que superé gracias a ciertas dosis de gallardía y "baraka". Tras atravesar toda Siberia en tren arribé a Japón, donde viví en un monasterio budista y me convertí en monje zen para aprender acerca de los misterios de la existencia. Luego navegué hacia Taiwán para estudiar chino mandarín. En Hong Kong me relacioné con una banda de contrabandistas de ginseng con los que volé dos veces a Corea, y, a continuación, con el dinero conseguido con ellos, viajé varios meses por toda China penetrando, disfrazado de uigur, en lugares prohibidos de Sinkiang, otrora escalas en la milenaria Ruta de la Seda. Después volé a Filipinas para conocer las islas musulmanas del sur en compañía de los gitanos marinos, o badjaos, y recorrer toda la isla de Borneo esquivando a los despiadados piratas joloanos. Finalmente, en la paradisíaca isla de Bali, me desempeñé de ajedrecista para poder financiar mis viajes por Australia, Nueva Zelanda, y varias islas de Oceanía. Meses más tarde, tras un largo vuelo desde la Polinesia francesa, aterricé en California. En San Francisco y Nueva York trabajé varios meses de camarero para ganar el dinero suficiente que me permitiera visitar las grandes Antillas: Puerto Rico, La Española, Cuba y Jamaica. Recorrí todo Méjico y Centroamérica sorteando escaramuzas de los guerrilleros en El Salvador y Nicaragua, y burlé asaltos de granujas y malandrines en Costa Rica y Panamá, al tiempo que estudiaba con cierto detenimiento las ruinas aztecas, toltecas y mayas. En los Estados Unidos viajé en autostop y en trenes de mercancías, "a lo hobbo", atravesando el Cañón del Colorado, Las Vegas, y las ciudades de los mormones, durmiendo en los "Salvation Army" para vagabundos. Tras varias peripecias y encuentros con personajes novelescos, alcancé la bella Montreal, en Canadá, donde trabajé de cocinero para poder volar de regreso a Europa. Una vez en el viejo continente penetré clandestinamente en diez monasterios ortodoxos del Monte Athos, y luego fui voluntario en un kibbutz de Jerusalén antes de regresar a España cruzando el norte de África.