Septiembre de 1962. Una joven maestra de dudosa vocación y escasa capacidad para comunicarse oralmente llega a su primera plaza en una escuela del Pirineo ribagorzano. Cumple así sus deseos: tener un pueblo, un trabajo y una casa desde donde ver caer la nieve. Atrás deja una infancia marcada por las enigmáticas actividades de su padre y la original educación recibida de una madre dividida entre el impulso irresistible de apartar a su hija de las consignas del Régimen y el miedo a aislarla excesivamente de la normalidad imperante. La cándida Severina, desconocedora de los hábitos de convivencia en una comunidad rural y de las marcas que la historia ha dejado en sus habitantes, encajará las piezas que la unen al pasado colectivo gracias al sentido común de Justa y a la complicidad de un hombre fascinante con quien vivirá una pasión deliciosamente unidireccional. Descubrirá también, horrorizada, que no basta con la discreción y la afabilidad para que una comunidad la deje en paz.