La memoria infantil de cada uno de nosotros podría muy bien imaginarse como un territorio físico, una geografía ficticia atravesada por ríos de percepciones y vivencias y surcada por senderos de tierra en cuyas orillas crecieran árboles cargados de recuerdos. El viaje en bicicleta del autor por los lugares castellanos de su infancia se convierte en una mirada reposada, lúcida y melancólica hacia el corazón del niño que fuimos y acaso seguimos siendo todos nosotros.