La parábola de los juncos rotos, escrita por Julio González Iglesias, nos sumerge en una narrativa que fluye como los tres ríos que acunaron la infancia, adolescencia y juventud del protagonista: el Uces, el Águeda y el Tormes. En los primeros capítulos, el autor nos lleva a la angosta calle Bodegones en 1961, donde la señora Rosa comparte su vida marcada por la huella de la viruela, la pobreza y una peculiar perspectiva sobre el matrimonio. En las primeras líneas de la historia, se entretejen historias de la Salamanca antigua, personajes peculiares y el palpitar de una ciudad llena de matices. La trama se desenvuelve entre anécdotas, recuerdos y la esencia de una época, mientras el lector se adentra en los detalles prosaicos de la vida cotidiana. A medida que avanzamos por los recuerdos del autor, exploramos su llegada a Salamanca para cursar el preuniversitario en el Instituto Fray Luis de León. A través de las clases de literatura, matemáticas y filosofía, se revelan personajes memorables como don Gabriel Espino y don Ángel López Ruiz, así como también sus profesores durante la licenciatura en Medicina: doctor Amat Balcells Rozman, Casado de Frías, Sánchez Granjel, etc., cada uno dejando su marca en la educación y experiencias del protagonista. La obra nos invita a revivir el encanto y las curiosidades de una juventud marcada por la Plaza Mayor, las intrigas estudiantiles, las primeras experiencias políticas, lazos de amistad y los anhelos de descubrimiento en una ciudad llena de sorpresas, y nada levítica como algunos han pretendido considerarla. La parábola de los juncos rotos es un relato nostálgico que fusiona la realidad con la poesía, ofreciendo al lector una travesía única a través del tiempo y los lugares que moldearon al protagonista.