Es difícil expresar con palabras verdaderas aquello que no puede ser pronunciado. Por llamarlo de alguna forma, Lao Tse lo llamó el Tao. Y es precisamente bajo ese juego de palabras difíciles desde donde parte el autor para adentrarse en una profundidad aún mayor, en algo que, de no ser descrito y explicado, podría parecer evidente sin serlo. Desde la cárcel de Alcalá Meco, Mario Conde profundizó en aquello que se ocultaba entre tinieblas, esa voz y ese verbo que, a pesar de ser descrito y traducido por muchos, encierra dentro de sí un misterio poderoso. El Tao es algo más que la suma de sus palabras. Los significantes que de él se extraen podrían parecer unos u otros según la interpretación que diéramos cada uno de nosotros.