A principios del siglo XIV la sociedad europea veía el imparable avance de las órdenes monásticomilitares. Los principales de entre estos miles de monjes guerreros eran los Caballeros Templarios (orden fundada en la Jerusalén recién conquistada en la cruzada) quienes fundaron verdaderos imperios espirituales y económicos en las sociedades europeas de su época. De estricta observancia religiosa, obediencia ciega a los reyes y al papado, valor a toda prueba y un enorme espíritu de sacrificio, los Templarios estaban obligados a aceptar el combate de uno contra tres, no podían comprar sus vidas con rescates si caían prisioneros y se les exigía cumplir con otras severísimas reglas. Además de ello, debían someterse a los tres votos tradicionales de los religiosos cristianos: obediencia, pobreza y castidad. Encontraron tiempo aún para dedicarse a la producción agrícola, a la construcción de muchas de las grandes catedrales europeas y a financiar grandes proyectos y emprendimientos. A pesar de todas sus virtudes, sin embargo, un buen día cayeron en desgracia y fueron aniquilados.