Probablemente Dickens no fuera consciente cuando comenzó a escribir Historia de dos ciudades de que esas primeras palabras empleadas se acabarían convirtiendo en uno de los fragmentos literarios más fácilmente reconocibles. Su lectura hace presagiar que las 500 páginas siguientes van a constituir una novela inigualable, presagio que se va haciendo más firme con el paso de los capítulos. El novelista inglés aparta el foco de la trascendencia política y filosófica que tuvo esta época y se centra, como es habitual en él, en sus gentes. Y lo deja claro desde un principio. El primer capítulo es simplemente soberbio, una fantástica contraposición del llamado Siglo de las Luces con su trasfondo social, en absoluto luminoso y tan frecuentemente olvidado. Charles Dickens no agota sin embargo su genialidad en estas primeras líneas y nos sumerge en una historia sublime, ejerciendo de director que domina a la perfección el tempo de la narración y haciendo complicado al lector soltar el libro. La vorágine de acontecimientos de la última de las partes desemboca en un capítulo final no menos soberbio que el primero. Esta trama, aderezada con unos grandes personajes (no solo por lo que son, sino también por lo que cada uno representa) y un estilo único, merecen que uno se ponga en pie para reconocer (una vez más, y ya van unas cuantas) el talento de este irrepetible genio inglés.
hace 8 años