No resulta exagerado afirmar que los antiguos romanos adoraron el amor otorgándole la más alta consideración. Cantaron y alabaron sus excelencias, además de practicar todas sus variantes. El amor ocupó el centro de su pensamiento, a la vez que se instaló en el corazón de la sociedad y se manifestó en sus costumbres. Relacionado inicialmente con lo sagrado, a partir del siglo I el amor se convierte en institución al multiplicarse sus ritos y representaciones. Se mezcla así con asuntos de alta política –basta recordar a César, Cleopatra y Marco Antonio— y se encuentra incluso en la raíz de la decadencia del imperio, ejemplificada, entre otros, por personajes como Mesalina o Nerón. Pierre Grimal analiza con brillantez este aspecto tan poco estudiado de la antigüedad, que permite profundizar en la comprensión de la civilización romana.