Durante más de tres décadas la figura de John Wayne brilló sobre la de todas las grandes estrellas del cine. Era el número uno, el mito, el más grande. Gustaba a todos. A los niños y a los mayores, a los de derechas y a los de izquierdas, a los cultos y a los incultos. Fue adorado desde muy pronto: primero como quintaesencia del vaquero cinematográfico, después como actor. Y aunque infortunadamente, muchos de sus primeros títulos no dicen nada a los espectadores actuales, otos han quedado como hitos imborrables en la historia del cine: La diligencia, Río Rojo, El hombre tranquilo, Centauros del desierto, Río Bravo, ¡Hatari!, El Dorado... Para millones de personas es simplemente único. Pero ante todo, su nombre representa el símbolo del estrellato masculino, como Greta Garbo lo es del femenino.